En defensa de la infancia

Así no se puede volver

Quiero mostrar mi disconformidad con las medidas aplicadas en varios países en la vuelta a los colegios y escuelas infantiles tras la reapertura de los centros, para que no se permita una vuelta en septiembre con esas medidas tan perjudiciales para el bienestar y el equilibrio psicoemocional de nuestros niños y niñas, y que no respetan en absoluto sus necesidades vitales ni sus derechos.

Me refiero con estas medidas al distanciamiento social con sus compañeros y profesores, prohibiendo que jueguen entre sí, el aislamiento de los alumnos en parcelas individualizadas sin poder salir de ellas, la eliminación de todo el material de juego y aprendizaje en las aulas de infantil, los caminos delimitados de los que no pueden salirse, las mascarillas de uso obligatorio con los efectos secundarios que puede ocasionar su uso durante un período prolongado, etc.

No están siendo respetados las necesidades vitales ni los derechos de los niños.

Esto está incluso llevando a muchas familias a buscar alternativas para no escolarizar a sus hijos el próximo año y generando mucha preocupación y ansiedad en las que no ven otra opción. Asimismo, perjudican también psicológicamente a los educadores, ya que el ejercicio de su profesión y su vocación están totalmente reñidos con la aplicación de las medidas detalladas anteriormente, pudiendo además ocasionar un estrés preocupante al tener que llevar a cabo medidas de este estilo.

No podemos olvidar que las necesidades vitales de los menores no son caprichos y, en función de la edad, son indispensables para un desarrollo saludable a nivel psíquico y emocional: necesidad de tocar, de experimentar, de contacto físico con sus iguales y con sus figuras de apego,  de interacción  y relación con los mismos para el aprendizaje de habilidades esenciales para su vida adulta, de movimiento y juego como parte esencial del aprendizaje y el fomento del vínculo con la naturaleza; todos ellos recogidos en varios textos como son la Declaración de los Derechos del Niño y en la Convención sobre los Derechos del Niño.

Muchas familias están incluso planteándose no escolarizar a sus hijos

Es importante destacar que además estas medidas no se justifican ni siquiera desde el punto de vista médico ni científico, ya que hay ya muchas evidencias que demuestran la escasísima contagiosidad en los menores de edad a este virus, tanto en lo que se refiere a lo que se contagian como en lo que contagian a otros, afectando a un porcentaje ínfimo de este grupo de población y en la mayor parte de los casos con síntomas leves. De hecho, el número de niños contagiados y/o fallecidos por este virus es infinitamente inferior a los que provocan otras enfermedades otros años, sin haber conllevado dichas enfermedades ninguna medida de este tipo.

Gran parte de las medidas son difícilmente implementables, sobre todo en ciertas etapas como la de educación infantil; de hecho, de poderse llevar a cabo, los efectos secundarios a nivel psicológico que podrían conllevar a largo plazo serían mucho más problemáticos que los posibles efectos físicos. De hecho, ya se están dando casos de niños que tras el confinamiento han desarrollado multitud de miedos, fobias, obsesiones, ansiedad, tristeza, retraso psicomotor, etc. ¿Es con eso con lo que queremos que crezcan y se desarrollen? ¿Es algo que queremos que forme parte de su personalidad y de su vida adulta?

Recordemos que en estas etapas, sobre todo hasta los 7 años, se está formando su personalidad, se están desarrollando a nivel emocional, se definirá cómo van a ser en un futuro, cómo van a saber interrelacionarse con su entorno, etc.

Los efectos secundarios a nivel psicológicos a largo plazo pueden ser mucho más problemáticos

La escuela no es tan sólo un lugar en el que se imparten y se aprenden conocimientos académicos, sino mucho más: un lugar donde compartir, donde interactuar, en el que aprender habilidades sociales para la vida, en el que vivir experiencias junto a uno de los grupos de referencia más importantes de sus vidas en estas edades, y muchas más cosas que nada tienen que ver con los contenidos académicos.

No sé cuál es la mejor opción pero entiendo que los profesionales del sector educativo que día tras día trabajan en los centros escolares y están en contacto con los alumnos, deben ser consultados y tenidos en cuenta en la definición de los protocolos de vuelta como uno de los agentes con mayor implicación, permitiendo así identificar qué medidas son viables y pueden llevarse a la práctica y cuáles no, analizando también las posibles consecuencias que de ellas se deriven; de esta forma, estoy segura de que se protegerían mejor los derechos y necesidades de los menores al ser estas personas las que velen por ellos, y no expertos que no tienen ningún contacto con la infancia.

Hay varias opciones, algunas de las cuales por fin se están barajando y otras que se podrían poner en práctica, como puede ser la formación de grupos reducidos (o que el grupo lo formen los integrantes de una clase como máximo), en los que exista una interrelación normal entre ellos, mayor contacto con la naturaleza y más actividades al aire libre, mayor contratación de profesores y la tan pedida bajada de ratios, implantación de la jornada continuada para que se facilite la gestión del comedor escolar, etc. Cualquiera de ellas, sin duda, más adecuada que las que se venían aplicando en otros países, y que también se estaban contemplando en un inicio en nuestro país.

La vuelta a las aulas debe ser lo más humana posible, priorizando el acompañamiento emocional de los menores, para que puedan transitar, integrar y superar de la mejor forma las posibles vivencias traumáticas que hayan podido experimentar; llevando a cabo una correcta gestión emocional,  sin aumentar los miedos con los que algunos ya irán, enseñándoles responsabilidad y no sólo obediencia por miedo o por temor ante las consecuencias. Que no se intente realizar una  actualización de los contenidos académicos que se quedaron sin dar de manera atropellada, sin haber tenido en cuenta y trabajado en primer lugar todos estos aspectos, mucho más prioritarios, para lo que habría que reducir la presión a los centros respecto al temario y objetivos que tienen que cumplir.

Creo que la protesta ante las medidas que nos parecen injustas parece la única forma de que se tenga en cuenta a la infancia y es lo único que funciona, sino ahí está el ejemplo de cuando se les concedió el “derecho” a salir a la calle por fin tras un largo período, tan sólo para acompañarnos a hacer nuestros recados; tras el revuelo organizado, en pocas horas se dio marcha atrás proponiendo un escenario totalmente diferente. Han sido y siguen siendo el colectivo más desfavorecido en la gestión de esta crisis y necesitan que seamos SU VOZ. ¿Es normal y coherente que se pueda ir a un concierto, a un acto cultural, a una terraza a tomar algo con amigos o a reuniones, piscinas y lugares de ocio sin estas medidas tan estrictas, y que nuestros hijos no puedan ir al colegio a socializar y relacionarse con sus amigos ni tampoco a los parques infantiles que han estado precintados hasta hace nada?

La infancia ha sido y sigue siendo el colectivo más desfavorecido en la gestión de esta crisis y necesitan que seamos SU VOZ.

Los que trabajamos con la infancia tenemos la oportunidad de hacer lo que esté en nuestras manos para que esta situación tan excepcional que nos ha tocado vivir deje las menores secuelas posibles en nuestros niños y niñas, de demostrar cómo trabajamos esa inteligencia emocional que tan de moda está y qué tan importante es, y de buscar el bienestar global de estas pequeñas personitas en construcción.

Por favor, que el remedio no sea peor que la enfermedad.

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